Una oscura y ventosa Nochebuena, hace casi mil doscientos años, Winifredo el Inglés entró valientemente en un amplio claro, en el corazón de un bosque del norte de Alemania. Allí, una gran hoguera lanzaba lenguas de llamas y surtidores de chispas a lo alto. Reunidos en el claro estaban, con sus familias, feroces indígenas que adoraban a la naturaleza y creían en los sacrificios humanos. Y estaba también un jovencito, atado y asustado, el cual iba a ser sacrificado al dios escandinavo Thor.
Winifredo caminó sin hacer ruido, pero con rapidez, alrededor e la silenciosa multitud, hasta colocarse cerca del sumo sacerdote. El viejo Hunrad agarró el hacha del sacrificio, que era de piedra negra. Haciendo acopio de fuerzas, levantó el hacha en el aire. Al detener ésta un hacia adelante. Levantó rápidamente su grueso cayado y, antes de que el sacerdote descargase el golpe fatal, hizo saltar el hacha de sus manos.
Un jaleo de espanto sonó en el claro, mientras Winifredo desataba y soltaba al aterrorizado muchacho, que corrió a refugiarse en los brazos de su madre agradecida.
Entonces Winifredo, resplandeciente el rostro como el de ángel, gritó: "¡Hombres del norte e hijos del bosque! No se verterá sangre esta noche. Porque ésta es la noche del nacimiento del Mesias, del Salvador de la humanidad. Él más grande que vuestros viejos dioses, Thor y Odín; más amante y más bello que vuestros Baldur y Freya. Con la venida de Jesús, se acabaron los sacrificios humanos. El roble sangriento no volverá a manchar vuestra tierra. En nombre del Señor, ¡yo los destruyo!"
Entonces, ante los ojos atónitos de los feroces indígenas, Winifredo sacó una cruz de madera y golpeó con ella el árbol gigantesco. Inmediatamente, el roble sangriento, como arrancado por una fuerza invisible, se desprendió del suelo, se partió por la mitad y cayó con gran estrépito. Precisamente detrás del árbol caído, apareció un joven abeto que señalaba al Cielo con sus ramas.
"Este pequeño abeto será esta noche vuestro árbol sagrado", dijo Winifredo a los pasmados hombre y mujeres. "Es una señal de vida eterna, porque sus hojas son siempre verdes. Agrupaos a su alrededor y celebrad, no actos de muerte, sino actos de vida y de amor, y ritos de bondad."
Después, Winifredo les habló del nacimiento de Niño Jesús en Belén y de los regalos de amor y misericordia que habría traído el Mesías a toda la humanidad.
Y todos los que escuchaban se llenaron de asombro y devoción, y llamaron al abeto árbol de Jesús Niño y colgaron regalos en sus ramas. La luz de la Luna hizo brillar el árbol como si estuviese cuajado de estrellas, y resonaron himnos de gracias al Niño de Belén.
Fuente: Libro Sigue a la estrella de Mark Power.
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